La sombra de Lankhmar

¡Salve Lankhmar! ¡Salve, madre de las ciudades! ¡Los Crying Grumpies al unísono queremos cantar tus maravillas! ¡Oh Lankhmar! ¡Oh joya del Mar Interior! ¡Tú, puta de Newhon, que has sido hogar de algunos de los mayores héroes y guarida de los peores bellacos! ¡Tú, ramera del Pantano Salado, incluso cuya decadencia es hermosa! ¡Tú, meretriz de los dioses, que has llenado de hijos e hijas el Multiverso! ¡Salve Lankhmar! ¡Salve!

Si tuviéramos que hacer un recuento de los tópicos más típicos de la fantasía heroica, la arquetípica ciudad envuelta en brumas, llena de conspiraciones, gobernada por poderes corruptos y con abundante presencia de gremios, especialmente el de ladrones, sería uno de los más utilizados. Y a pesar de que hablar de pioneros y primeras veces en literatura siempre es complejo, creo que se puede afirmar con bastante exactitud que tal tópico, tal y como lo conocemos, se lo debemos a Fritz Leiber y a su obra maestra, las aventuras de Fafhrd y el Ratonero Gris.

No será este post, lo advierto ya, una crítica de las andanzas de los dos héroes más peculiares de la fantasía heroica. Basta apuntar que la editorial Gigamesh ha editado el primero de los dos tomos recopilatorios del Ciclo de Lankhmar. Se acabaron, pues, los estratosféricos precios de los tomos amarillos de Martínez Roca en el mercado secundario, así como las dudosas ediciones piratas.

Pero no conviene perdernos. Más que nada porque las calles de Lankhmar son traicioneras y podríamos acabar no sólo desplumados en cualquier callejón, sino en algún lugar lejano e inesperado. Porque, como decía al principio, las calles de Lankhmar llegan muy, muy lejos.

Inspirada en la Sevilla que Miguel de Cervantes presentaba en Rinconete y Cortadillo, quizá la hija más famosa de Lankhmar sea la Ankh-Morpork de Terry Pratchett. O al menos, en sus primeros momentos. A pesar de que el Hombre del Sombrero ha negado que «su» ciudad se inspire directamente en la Leiber, las pruebas están ahí. No sólo la semblanza fonética en los nombres de ambas, sino también la organización política en forma de dictadura republicana, ya sea en la figura del Patricio o en la del Señor Supremo. O si no, la presencia de los Gremios, auténtico contrapoder, con el de Ladrones a la cabeza. Y para acabar, qué mejor reconocimiento que la presencia de los dos habitantes más célebres de Lankhmar, Fafhrd y el Ratonero Gris, en El color de la magia, bajo los nombres de Bravd el Ejeño y Comadreja. Afortunadamente, tanto para Prattchet como para nosotros sus lectores, Ankh-Morpork enseguida acabó tomando forma y carácter propios, pasando de la Edad Madia a una incipiente revolución industrial en apenas veinticinco novelas.

Muchísimo más evidente ha sido la influencia en el mundo de los juegos de rol en general y en el multiverso Dungeons & Dragons en particular. No sólo porque durante los 80 y 90 abundaron los suplementos ambientados en Newhon. También en sus universos propios, sobre todo en ese gran remix de la fantasía heroica, las dragonadas y el dungeon crawling que son los Reinos Olvidados; Aguas Profundas, Athkatla, la Puerta de Baldur… Ciudades todas ellas con una profunda huella lankhmariana. A veces, de manera explícita, como en el primer Baldur’s Gate, donde la contraseña para acceder al gremio de ladrones era «Fafhrd», o el laberinto subterráneo a superar en los últimos compases del juego, algo más que un homenaje a la clásica historia Casa de ladrones. No es éste el último universo en el que los ecos de Lankhmar se repiten. La Cadwallon del universo Confrontation le debe mucho, no en vano el juego de tablero ambientado allí se llama Ciudad de ladrones.

Estos son sólo algunos ejemplos de la imperecedera huella que la creación de Fritz Leiber ha dejado en el mundo de la fantasía, subsección Espada y Brujería. Pero no son los únicos. Y es que la sombra de Lankhmar es alargada.

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