Muerte y Resurrección del Cyberpunk, Cap. 10 : Resurrección

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Como la Mayor Kusanagi, el cyberpunk no ha muerto. Sólo ha mutado, cambiado de pieles. Ha efectuado una muy necesaria diversificación y, sobre todo, ha dejado atrás ciertos clichés que lastraban su desarrollo como género. Esto se ha debido en parte a que muchos de los horizontes temporales que presentaba se encuentran ya muy cercanos y el mundo ha evolucionado por otros caminos: la URSS se desintegró, no hay Colonias Exteriores más allá de la Tierra, las naciones-Estado se muestran reacias a desaparecer y no hay ni rastro de las nuevas religiones que debían darse: los viejos cultos monoteístas siguen ahí, algunos más fuertes que otros, algunos más radicalizados que otros.

¿La melancolía de los cyborgs es realmente fruto de su desarraigo respecto a la condición natural y humana de antaño, de su «identidad original»?
Fernando Broncano

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Pesadillas digitales, cyborgs melancólicos… cyberpunk
 

101 – La muda de la serpiente
El cyberpunk es importante porque es uno de los pocos géneros de ciencia ficción que pueden hacernos reflexionar sobre nuestro futuro inmediato. Así como hubo una clara división entre prehistoria e historia desde el momento en que se inventó la escritura, en el futuro los arqueólogos e historiadores verán una línea divisoria entre Antes de la Red y Después de la Red. Internet y las nuevas tecnologías son el invento humano más importante desde la rueda y la yesca y pedernal, y han cambiado radicalmente el panorama sociopolítico en menos de tres décadas.

Pero no son el único cambio. En el horizonte se divisan no menos de dos posibles revoluciones tecnológicas: la genética y la nanotecnológica. Ambas tienen el potencial para dejar atrás una era e inaugurar otra, y ambas poseen de manera inherente peligros e incertidumbres cuando se solapan (o colisionan) con sistemas morales aún anclados en el neolítico. Los escritores, guionistas y directores de narrativa cyberpunk lo vieron venir bastante antes que los demás.

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Pris y Roy: primeras incursiones filosóficas del biopunk avant la lettre
 

La propia Blade Runner, historia que actúa de faro para gran parte del género posterior, ya apunta en esa dirección con los replicantes de la Tyrell Corporation: seres humanos artificiales y mejorados, con fecha de caducidad, para emplear como esclavos en trabajos duros o degradantes. Y estamos hablando de 1982: sólo 5 años antes se había secuenciado el ADN, y recién en 1981 se había hablado por primera vez de tecnologías de ADN recombinante.

110 – Bits, genes, nanopartículas
Será Bruce Sterling, alma mater del cyberpunk y (posteriormente) del steampunk, quien dé la campanada inicial con su novela Schismatrix, en la que se habla explícitamente de cómo las clases dirigentes (en este caso, de una sociedad humana en la Luna) emplean la ingeniería genética para prolongar su vida. Aunque se solapa, todavía, con tecnología propia del cyberpunk (el enfrentamiento entre Modeladores y Mecánicos), Sterling abre la puerta a una nueva forma de entender el género, mutando hacia algo nuevo y definitivamente post-humano.

En 1991 Yukito Kishiro publicó el manga GUNNM , traducido al español como Alita, ángel de combate, en que probablemente inaugura de pleno el fenómeno del biopunk. Aunque los cyborgs eran ya cosa común, se trata de la primera gran irrupción del término «nanotecnología» para el gran público, gracias al personaje del Dr. Desty Nova.

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Con Alita, ángel de combate, muchos comenzamos a entrever todo eso de la nanotecnología.
 

Paul Di Filippo será quien recoja el guante con más elegancia con Ribofunk (1995), una colección de relatos cortos en los que se trata directamente de temas como el biohacking, y en que se comienzan a plantear las preguntas pertinentes acerca de la propiedad intelectual del ADN o de las mejoras en él. En el mundo real, el Proyecto Genoma Humano se había fundado cinco años antes, casi al tiempo que Craig Venter fundaba TIGR, una de las primeras empresas privadas dedicadas en exclusiva a la secuenciación y mapeado del código genético.

Casi al mismo tiempo que Di Filippo anuncia la revolución genética, otro viejo conocido, Neal Stephenson, publica La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas, la obra maestra literaria que da el aldabonazo final al cyberpunk, anuncia la era de la nanotecnología y comienza a ofrecer respuestas al «¿y ahora qué?» que aterrorizaba al género. Decir que La era del diamante es una «novela post-cyberpunk» es quedarse muy cortos: se trata de la creación de todo un género en el que no muchos han tenido el valor de meterse, y explora las connotaciones sociales, políticas, religiosas y económicas del universo resultante desde una óptica muy cercana al anarquismo libertario.

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¿Está nuestro futuro codificado en el genoma? Genética, libre albedrío y predeterminación en Gattaca
 

En 1997 el biopunk llega a la gran pantalla con Gattaca (Andrew Nicol), una magnífica historia acerca del libre albedrío, el determinismo genético y conceptos como justicia o equidad en un mundo modificado genéticamente para la perfección. Años más tarde, una nueva embestida a este tema (en Hollywood son muy cautos, al no querer irritar a un público mayoritariamente conservador y cristiano) se ve en Código 46 (de la que ya hablamos aquí), en que la fatalidad juega una mala pasada a un empleado de seguros en un mundo en que los genes se han convertido en un negocio común.

111 – El futuro ante nuestras pantallas
Todo esto nos lleva al presente y a la que, en mi humilde opinión, es la última piel del cyberpunk en su continua muda (de la penúltima, el steampunk, hablaremos más en detalle algún día). Y es que, como algunos arguyen con respecto a la economía mundial, el cyberpunk se ha dado cuenta de que su supervivencia depende de decrecer, abandonar determinados clichés por el camino e insertarse en la vida cotidiana: en definitiva, a dejar de ser un género para ser un elemento más. Un ejemplo claro es la Lisbeth Salander de la trilogía Millennium, de Stieg Larsson: un personaje que podría aparecer codo con codo con cualquiera de los antihéroes de Gibson (Case, Molly Millions) o Stephenson (Hiro, YT) pero que vive aquí, entre nosotros. Lisbeth, una punk de aspecto frágil, memoria eidética y pasado aterrador, lucha contra los mismos enemigos del hacker de toda la vida: grandes corporaciones, señores encorbatados amparados por el poder. Y lo hace con su propio código moral.

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Lisbeth Salander, prototipo del nuevo hacker comprometido con la lucha contra los abusos del poder.
 

El último gran ejemplo de esta tendencia es la serie británica Black Mirror, en la que se analizan los dilemas, terrores y problemas que nos acarrearán en un futuro próximo las nuevas tecnologías informáticas. Una joya que, quizás por ser inglesa (Estados Unidos acapara la parte del león del márketing y posicionamiento de productos audiovisuales) ha pasado un poco desapercibida en nuestro país, y que no puedo sino recomendar del primer al último episodio.

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Black Mirror anuncia el último coletazo del cyberpunk, menos noir y mucho más inquietante.
 

En definitiva, y cerrando aquí nuestro pequeño viaje: el cyberpunk está vivo, pero para ello ha tenido que mudar, que cambiar de piel. Hoy en día ha dejado de ser un género porque ya vivimos en un universo cyberpunk; porque ya no nos maravillan las hazañas de los hackers, sino que las vemos en las redes sociales y en la prensa diaria. Porque los ordenadores dejaron de ser ese universo fascinante que eran en los 80 para ser un electrodoméstico más, y porque Internet ya no es aquel territorio restringido a unos cuantos a principios de los 90, sino muy probablemente la capa de realidad en la que pasamos más horas al día. ¿Es triste? Dice el filósofo Fernando Broncano que los humanos hemos pasado a ser cyborgs melancólicos. De eso iba el cyberpunk, exactamente: la realidad se comió a su profeta, y ahora tenemos que buscar otros, desesperadamente.

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Los humanos nos hemos convertido en cyborgs melancólicos. Como Pris, Roy, Rachel o Kusanagi.
 

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