El Trono de Luna Creciente, de Saladin Ahmed

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No cabe duda de que vivimos una etapa dulce para el género fantástico, desde que hace ya década y media Peter Jackson rompiera records con su adaptación del Señor de los Anillos y desde que hace cinco años la adaptación televisiva de Juego de Tronos, de George R. R. Martin, hiciera que ya nadie te mirara mal en el metro por leer libros con dragones en la portada. De ello también son responsables los nuevos autores del género, que han abierto nuevas perspectivas y maneras de contar: Andrzej Sapkowski, Joe Abercrombie, Patrick Rothfuss… A este nombre hay que añadir el de Saladin Ahmed el cual, con su primera y de momento única novela, El Trono de la Luna Creciente, se ha hecho un hueco entre las estrellas actuales del género.

El anciano doctor Adoulla Mahkslood, uno de los últimos cazadores de ghules, apura sus últimos años de profesión en la populosa Damsawaat, viviendo una vida más o menos tranquila cazando monstruos y espíritus malignos. Pero una conspiración mágica, unida a una rebelión popular perturbarán, y mucho su vida. Acompañado de sus aliados, el derviche Raseed bas Raseed, la cambiaformas Zamia y sus dos viejos amigos, la pareja formada por el hechicero Dawoud y la alquimista Litaz, soluciona los entuertos y salva a su ciudad.

Suena a argumento trillado, a campañita de iniciación de juego de rol, ¿verdad? Ciertamente Ahmed no inventa nada narrativamente, pero es que las muchas virtudes de El Trono de la Luna Creciente van por otros derroteros. En primer lugar, los personajes. Mediante la vieja táctica de narrar cada capítulo bajo el punto de vista de un personaje distinto, el autor nos mete en el alma y la psique de los protagonistas: el sentido del deber desencantado de Mahkslood (no muy alejado de Geralt de Rivia), el fervor y las dudas de Raseed, la sed de venganza y las dudas de Zamia… Los personajes se sienten vivos, más allá del cliché tan tristemente común en el género. Además, el hecho de que tres de los personajes sean ancianos le da a la novela un toque crepuscular raramente leído.

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El otro punto fuerte de El Trono de la Luna Creciente es la ambientación. Sí, nos hemos encontrado muchas veces alusiones a reinos lejanos arabizantes en nuestras eurocéntricas novelas fantásticas. Pero raramente pasan de ser escenarios de postal, llenos de tópicos. No es el caso de esta novela. Saladin Ahmed, que como su propio nombre indica es nacido en Detroit, demuestra conocer no sólo Las Mil y Una Noches, principal fuente de inspiración de la novela, sino las supersticiones, creencias y costumbres de los países de cultura musulmana. Y lo mejor de todo. Ahmed sólo necesita trescientas páginas para presentar la ciudad que se adivina central en su obra y el mundo que la rodea, con sus distintos reinos y distintas costumbres. Sin olvidarse de explicar una historia con planteamiento, nudo y desenlace. En estos tiempos de sagas eternas con volumenes de casi mil páginas es todo un logro.

La novela ha recibido los parabienes de la crítica; fue premiada en 2013 con un premio Locus a la mejor primera novela. Además, también optó a un premio Nebula en 2012 y a un premio Hugo en 2013, en ambos casos en la categoría de mejor novela. Habrá más novelas ambientadas en ese mundo, por supuesto. Una vez superada una profunda depresión, que le llevó a borrar todo un borrador completo, se ha anunciado que la secuela, The Thousand and One, se publicará este año. Aquí la esperamos y la disfrutaremos.

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